Historias sobre imágenes
Cuánto de sugerente puede llegar a ser una imagen. Cuántas
historias, cuánta
fantasía puede aflorar a partir de ella. La mirada que
el observador pone, la
transforma, creando un espacio nuevo.
En este "El libro de los Libros"
Quint Buchholz, ilustrador de cuentos y libros infantiles y juveniles, ofrece
sus imágenes. En cada una de ellas la limpieza en sus líneas, la sencillez de sus trazos, la
evocación a través de
elementos sorpresivos... hacen que una tras otra se claven en la retina, no dejándote indiferente.
... La pluma que se sustenta sobre el frío cristal, manteniendo un equilibrio imposible en el borde de un vaso.
El hombre que observa impávido, sobre una columna de libros en plena ciudad... Inevitable no cuestionarse su significado, o dejarse llevar por esa historia que observamos.
Un segundo, un instante que
conmueve, que golpea tu mente, removiendo los cimientos de tu imaginación.
Cuarenta y seis
escritores y escritoras, entre ellos Javier Marías, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Milan Kundera, Jostein Gaarder, Amoz oz, Susan Sontag...
recrean toda suerte de historias al hilo de cada una de ellas.
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La propia ausenciaAhora, cuando he contemplado mi ausencia, sobrevolando y alejándome, como globo errante, de todo aquello que fui, de todo aquello que creía -o quizá sabía- lo más hondo y verdadero de mi vida.
Ahora, ahí está una silla sin nadie, apoyada en el borde de una mesa sin mi. Es el gesto de una infinita desolación, de un espacio vaciado de su contenido natural, como ese vaso boca abajo, negándose a recibir, a contener, a calmar una sed.
Recuerdo una máquina enfundada,
el silencio ocupando el lugar de las palabras. Lo recuerdo muy bien; era el día en que contemplé mi ausencia.
Lo sé ahora, porque
he regresado, ahora, cuando lenta y minuciosamente he ido restituyendo a su lugar lo que creí perdido. Objetos, muebles, y ese vaso, ahora boca arriba, esperando llenarse de sed viva y estremecida.
Ahora contemplo lo que fue, ante mis ojos, mi propia ausencia.
Ana María Matute
*************************************************************************************"No sé que suerte de inclemencia está cayendo a plomo sobre el paisaje. La carretera, con trazas y mañas de río, simula apacibles aguas cristalinas y se aleja bajo la llovizna. El esplendor de la hierba todavía no es más que una promesa bajo el cielo de mármol uniforme, sin mácula, sin una grieta de luz.
Más allá de semejante atmósfera atribulada se esconden auroras radiantes y rosadas nubes de algodón. La lluvia impalpable pudo haber caído hace muchos días, o tal vez meses, y hasta podría ser que aún no hubiese caído: podría estar parada en el aire, en suspenso, acechando la mansedumbre de la llanura, abrumando la senda que reluce y serpentea alejándose. En los pentagramas casi invisibles que sostienen los postes del telégrafo no se posan pájaros, ni corcheas ni palabras, y el asfalto espejea con tal porfía y pulcritud que no me extrañaría que no llevara a parte alguna. Solamente la
escritura abierta como una casita al borde del camino, y el velomotor parado ante ella, expectante y dócil, sugieren un vínculo afectivo, al compartir respectivamente una
presencia y una
ausencia: el fantasma de una voluntad ilustrada, domésticae itinerante. Consustanciados libro y vehículo,
refugio y
sendero. Bajo este cielo desleído, en medio de tanto esplendor aplazado,
la lectura ofrece cobijo.Juan Marsé
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